Tuesday, April 10, 2007

VOX = PALABRA

VOX = Palabra .

Hasta el más despiadado asesino puede amotinarse en la cárcel. Hasta el más abyecto de entre los humanos puede manifestar por múltiples vías su oposición frente a lo que considera lesivo. Sin embargo, hay personas con tanto por lo que rebelarse y echarse al monte que están ahí, ocultas, estando sin estar, sufriendo lo que ni Dante o Sartre pudieron prever, con todo su talento literario. Son los privados de palabra.

Un anciano que alcanzó la gloria en su oficio no precisó transitar por el infierno para descubrir que, en efecto, el infierno son los otros. Los otros malvados, pero también los indiferentes, los insolidarios, los cínicos. Tenía dinero, y de nada le sirvió. Tuvo fama, y nadie se interesó por él. Durante sus últimos años vivió encerrado en un apartamento que se hizo lóbrego. Él, que dominó la palabra, nada pudo hacer con ella para recobrar la dignidad que todo ser humano merece.

Somos personas, y no por la palabra, como dice algún intelectual improvisado. Las personas con afasia, con ictus, con síndromes neurológicos o, simplemente, con sordomudez, son tan personas como lo fueron Cicerón, Demóstenes o Pericles –según Tucídides-. Con todo, esa falacia va ganando credibilidad en la obscena y fatua sociedad que se está erigiendo. Si no estás donde hay que estar, en la calle, en los foros, en los medios, simplemente no existes.

Miro la fotografía de este anciano, de cuando aún reinaba sobre la palabra, y no preciso más para saber de su bonhomía, de su integridad, de su rectitud. No precisó saber, pese a saberlo, de su hombría al denunciar los atropellos de un tirano, de su valor al defender los derechos de personas discriminadas por absurdas diferencias cromáticas o lingüísticas. Miro su fotografía y me pregunto cómo es posible morir en tu propia casa, pasando hambre pese a tener un legítimo patrimonio, postrado sobre un colchón comido por los orines, soportando el hedor de un cuerpo al que la fiera que dice cuidarlo no le reconoce el alma.

Viejo decrépito”, le decía la alimaña. Y no sé por qué, aunque es fácil adivinarlo, me acuerdo de Erika y de Alba, martirizadas en sus propias casas, con gente alrededor que va a lo suyo. Recuerdo las imágenes robadas en orfanatos y hospicios para críos con disfunciones diversas. Y me imagino cuánto dolor y cuánta miseria moral ocultan los establecimientos que no permiten comprobar sin previo aviso cómo se encuentran los ancianos, los niños que nadie quiere, los impedidos, … personas que el sistema, nuestro sistema, arrincona hasta que también a nosotros, los que hoy tenemos vozarrones y palabra, nos engulla como un Saturno bulímico.

Ese anciano tenía hijos, tenía reputación, tenía posibles, pero fue desposeído de la palabra, tapiado en vida. Ese anciano era Augusto Roa Bastos, como podremos serlo cualquiera de nosotros, por muchos méritos y pompa que amasemos. Nada, y menos el tentador dinero que otros nos administren, puede preservar nuestra dignidad de personas, excepto una sólida y tenaz red cívica, fundada sobre las bases de una honesta solidaridad comunitaria. Una red que traspase los muros, corra las cortinas y mire donde alguien no quiere que se vea a un anciano vejado, un niño maltratado o una persona con carencias humillada.

Tuesday, April 03, 2007

Felicidad Interior Bruta (FIB)

Felicidad interior bruta (FIB) .
To Mr. Lake, dear friend.

Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. (Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América, 4 de julio de 1776).

1. Que todos los hombres son por naturaleza igualmente libres e independientes, y tienen ciertos derechos inherentes, de los cuales, cuando entran en un estado de sociedad, no pueden ser privados o postergados; en esencia, el gozo de la vida y la libertad, junto a los medios de adquirir y poseer propiedades, y la búsqueda y obtención de la felicidad y la seguridad.” (Declaración de derechos hecha por los representantes del buen pueblo de Virginia, reunidos en convención plena y libre, como derechos que pertenecen a ellos y a su posteridad como base y fundamento de su Gobierno, 12 de junio de 1776).
Por desgracia para nosotros, Thomas Jefferson, inspirador de “la búsqueda de la felicidad” como parte integrante de los derechos fundamentales de todo ciudadano, fue bastante más clarividente que los pensadores que le siguieron. Su proclama resulta hoy casi ingenua e infantil. Y no es de extrañar, en vista de los hombres sin escrúpulos que con posterioridad se erigieron en referentes de la acción pública. Hombres que idearon humanoides ideales, inexistentes y antagónicos a los hombres reales, de carne y hueso, con sus grandezas y sus miserias. Cuando dimos superado las tiranías, su lugar fue ocupado en la imprescindible y loable democracia por un ruin pragmatismo contable, que proclama que sólo es importante lo mensurable, lo que se puede contar y medir, comenzando por el dinero.

Sin embargo, la defensa y promoción de los derechos de las personas maltratadas por la naturaleza o el tiempo exige que retomemos la lucha por su felicidad, por cuanto éste es un fin superior y noble, no un medio como los recursos económicos o materiales.

En la evolución de las disciplinas sociales sistematizadas, el derecho precede a la economía en más de veinte siglos. Esto no es algo gratuito. Pese a la obsesión contemporánea por colocar a la economía en la cúspide de la dogmática social, lo cierto es que no se trata más que de una perversión patológica. Obviamente la economía debe funcionar a pleno rendimiento para que los ciudadanos más injustamente tratados por la naturaleza y el tiempo puedan materializar sus derechos, pero como instrumento no puede convertirse en finalidad.

El sentido de la economía no es la propia economía. No puede convertirse en un fetiche dominante que demore sine die la extensión de los derechos, con la excusa de un mañana que nunca llega, y menos para los más damnificados. Por eso, en una comunidad solidaria urge colocar la consecución de la FIBFelicidad Interior Bruta- por delante del PIB –Producto Interior Bruto-, y exigiendo además que la FIB per cápita esté equitativamente repartida.

Antes que los económetras ideasen y supiesen contabilizar el PIB, Jefferson y los padres de la democracia moderna tenían bien claro que la FIB, como dato agregado de la felicidad individual, debía formar parte del núcleo de la propia democracia.

Los cínicos dirán que esto es imposible. Y lo será para los que no quieren iniciar el camino, acomodados en sus convenciones asentadas durante el siglo XX. Pero la evolución de la FIB de las personas que integran una comunidad puede constatarse reflejando simplemente la reducción de la infelicidad de quienes por su enfermedad, limitaciones o exclusión, están a merced de la ley de la selva –la bía-, sin el cobijo y amparo que ofrece la ley humana –el nomos-.

Puede que tardemos un poco en asentar convenciones para definir la felicidad, pero lo que será inmediato -por directamente empírico- es detallar qué reporta infelicidad a los más desfavorecidos. La infelicidad la generan el dolor físico y psíquico, la necesidad de alimento, hogar y cuidados que no se reciben, el aislamiento forzoso, la indiferencia ajena, el menosprecio, ... Desde este enfoque, resulta obvio que la conquista de la felicidad puede ser más real que la contabilización en el PIB de muchos factores sobredimensionados en su valía.

¿Qué aporta más a la felicidad individual y comunitaria, un logopeda para un niño que habla mal o para un anciano operado de las cuerdas vocales o, por el contrario, las subvenciones vía bonificaciones fiscales de que disfruta un piloto de carreras que ingresa más de diez millones de euros anuales? Porque ha de saberse que ni todos los niños o ancianos que lo precisan pueden disfrutar de un logopeda, pero en cambio casi todos los sujetos con ingresos desorbitados pueden camuflar sus retribuciones en sociedades interpuestas, o liquidar sus impuestos a un tipo impositivo menor que el de un profesor o taxista. Paradójicamente, la imagen del afortunado contabiliza en el PIB. Y sobre esto se asienta la seriedad de quienes colocan el PIB por delante de la FIB.

El derecho a la felicidad o, desde la otra vertiente, la obligación de eliminar la infelicidad, no es algo utópico. Porque no lo es que un crío con parálisis cerebral disponga antes de un fisioterapeuta que un deportista profesional subsidiado, o porque se dedique más presupuesto a investigar tratamientos para las enfermedades singulares –también llamadas “raras”- que a subvencionar estudios endogámicos, que sólo sirven para mimar el ego de personas sanísimas y ocupar más espacio en olvidadas estanterías, donde yacen centenares de estudios similares.

Una comunidad solidaria no puede cimentarse sin proclamar y defender el derecho a la felicidad de sus ciudadanos. Pero no de una felicidad manipulada, a lo Aldous Huxley, sino de lo inmediato y concreto, con cosas y actitudes que cuestan bien poco, como el sentirse arropado, respetado, atendido y querido.

Utilidad Social Marginal (USMa)

Utilidad Social Marginal (USMa) .

Los economistas intentan emplear el término “utilidad marginal” con gran precisión[1]. Para entendernos, la expresión se refiere a la utilidad o satisfacción que reporta emplear un euro adicional en un producto o servicio. Es, por así decirlo, el bienestar subjetivo que percibe alguien al gastar el último euro disponible.

Desde la perspectiva del presupuesto público, integrado por la totalidad de recursos económicos que maneja el conjunto de las Administraciones, es obvio que también existe la posibilidad de utilizar ese criterio de medida. El presupuesto siempre es limitado, y el número de peticiones de diversa índole que se le plantean crece más y más rápido que aquél. Por consiguiente, un criterio de evaluación de qué orden prioritario y preclusivo habrá que seguir a la hora de atender demandas de personas, colectivos, sociedades mercantiles y grupos de presión o interés, es el que atañe a la Utilidad Social Marginal (USMa).

La USMa es, de algún modo, el reverso subjetivo de la condición constitucional de prevalencia social en la asignación del gasto público por la que debe luchar una comunidad solidaria. Se trata de la condición imprescindible – sine qua non - de una auténtica y efectiva solidaridad comunitaria. Ciertos ejemplos pueden ser más esclarecedores e ilustrativos que la oscura literatura a la que están habituados los economistas.

Si se trata de decidir entre atribuir un millón de euros a subvencionar cruceros de placer para pensionistas, o liberar de su amarga esclavitud a las mujeres que cuidan en soledad a familiares ya ancianos con Alzheimer, parece lógico concluir que la USMa de ambas opciones es muy distinta y distante. Si se atendiese a la USMa de una mujer que cuida a su marido con Alzheimer –o del hombre que cuida a su esposa, aunque no sea tan común-, y a la USMa de otra mujer u hombre en condiciones físicas, psíquicas y económicas para afrontar un crucero, no cabría duda que la USMa del cuidador de un enfermo de Alzheimer siempre será muy superior a la de quien aspira a embarcarse en un crucero.

La prevalencia social de quienes se encuentran sojuzgados por la enfermedad y la penuria económica –muchas veces agudizada por la necesidad de abandonar el trabajo asalariado para atender debidamente a un ser querido-, haría que sólo se subsidiasen cruceros si ya no quedase ningún ciudadano desatendido en caso de padecer Alzheimer. O, dicho de otra forma, mientras hubiese ciudadanos con USMas mayores que las de otros, antes habría que atender completamente a quienes la tuviesen en grado superior.

Esta norma es tan clara como la regla consuetudinaria que nos compele a protestar cuando alguien intenta saltarse una cola. Pero lo mejor de ella es que, operando de este modo, no puede darse –al menos a medio plazo- una ley de USMa decreciente. Por otro lado, el incremento de la satisfacción o felicidad individual y agregada, haría que el bienestar y la seguridad total de la población se incrementase más que proporcionalmente, porque un euro invertido en colmar las necesidades perentorias de personas con discapacidad, enfermedad crónica o excluidas, redunda en una satisfacción –USMa- muy superior a la generada por el mismo euro gastado en divertimentos suntuarios, o en actividades que pueden costearse los propios beneficiarios.

[1] La utilidad marginal se refiere al aumento o disminución de la utilidad total que acompaña al aumento o disminución de la cantidad que se posee de un bien o servicio. En términos matemáticos equivale a la derivada de la curva que describe la función de utilidad a medida que aumentan los bienes a disposición del consumidor.
Cuando alguien adquiere unidades adicionales de una mercancía la satisfacción o utilidad que obtiene de las mismas aumenta. Pero dicho aumento no es proporcional, ni siquiera constante, pues cada vez resulta menor la utilidad obtenida de la última unidad considerada. Llegará un punto en que, por lo tanto, se alcance el máximo de utilidad y, a partir de este punto, podrá haber incluso una utilidad negativa –desutilidad-, pues unidades adicionales del bien resultarán una carga o generará grandes costes.
Este comportamiento del consumidor queda expresado entonces en lo que se llama la Ley de la utilidad marginal decreciente: a medida que el consumo de una mercancía aumenta en un individuo, manteniéndose constante todo lo demás, su utilidad marginal derivada de esta mercancía decrecerá. La ley de la utilidad marginal decreciente sirve para explicar el comportamiento de la demanda. Los gastos de una persona en los diferentes bienes reflejan su escala de preferencias y el nivel de su renta. De la ley enunciada se sigue que la utilidad total, obtenida del gasto de un ingreso dado, alcanzará su máximo cuando el gasto se distribuya de un modo tal que cada unidad de gasto (unidad monetaria) determine utilidades marginales iguales para todos ellos. Debido a que los precios de los bienes difieren debiera decirse, para enunciar la afirmación anterior con más exactitud, que la utilidad en realidad se maximiza cuando las utilidades marginales de los bienes son proporcionales a los precios relativos de ellos. Esta es la condición de equilibrio para el individuo, considerado como consumidor. La ley de la utilidad marginal decreciente permite entender, entonces, cómo opera la demanda de un determinado bien o servicio, pues no es la utilidad que una mercancía aisladamente produce la que determina su demanda, sino la utilidad marginal que ésta posea para él en las circunstancias concretas en que se produce su elección.

Monday, April 02, 2007

Ejemplo de aislamiento del sistema

Terapia ocupacional .

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¿Sabes, mi niña linda? Vivimos en el país de las oportunidades, ¿?, en un estado de bienestar, en un estado democrático que basa su política en una política social, pero ... en esta ciudad, en la capital de nuestra autonomía, ciudad a la que ingentes cantidades de peregrinos se acercan, no dispone de unidad de terapia ocupacional para niños y niñas comprendidas entre 7 y 14 años para enseñaros a tener un poco de autonomía aunque sólo sea para vuestro aseo personal. Ya ves, mi linda niña, sigo creyendo que las oportunidades son de los más agraciados económicamente, por mucho que las instituciones me digan lo contrario. ¡Pobre del pobre! >>
Susana Regueiro Fernández. Santiago.
¿Qué más se puede decir? Os lo pregunto a quienes todavía tenéis voz.