Tuesday, May 09, 2006

Ex-potentes, ex-capaces

Ex – potentes, ex - capaces


Todos nacemos discapacitados. Es pura cuestión de tiempo. Sólo un final en la flor de la juventud puede ahorrarnos ese futuro. De manera que resulta incomprensible la soberbia, el desinterés o el egoísmo de quienes tuercen el gesto y miran voluntariamente para otro lado. De quienes ahogan con sus conspicuas reivindicaciones el prevalente silencio o la tenue voz de conciudadanos relegados en la esquina de la sociedad y ocultos tras eufemismos.

Recuerdo a mis abuelos. José encadenando embolias, medio cuerpo paralizado, hablando sin hablar nada. Ramona, toda bondad, víctima de la osteoporosis, las caderas rotas, consumida por las llagas. Trabajaron duro, como casi todos los de su tiempo. Fueron jóvenes una vez. Fuertes, alegres, luchadores. Fueron.

Ahora, que tenemos tantos títulos y másters, nuestra ignorancia vital nos hace más vulnerables. Engreídos de papel. Por ejemplo Huntington implica bastante más que un presunto choque de civilizaciones. Es el Alzheimer joven. No cierren los ojos. Como me relataba el padre de un crío afectado por una lesión cerebral, al salir del hospital sólo te espera un taxi. Sólo un taxi. Por consiguiente, estas y todas las demás personas que ya no pueden reclamar lo que es de justicia para paliar su sufrimiento y alentar su esperanza, sólo nos tienen a nosotros, los próximos ex - capaces, los ex - potentes.

A los soberbios, a los desinteresados, a los egoístas, más que la solidaridad hay que apuntarles su máxima: hoy por ti, mañana por mí. Y es que conviene que comencemos a ser conscientes de que la clásica red familiar que acogía a los abuelos está achicando, o se deshilacha, o flojea. Mucho capaz y potente estará sólo en la vida. Los presuntos amigos, compañeros, cofrades y camaradas desaparecerán con la visita de Huntington o con el primer ictus. No habrá cónyuge, ni hijos, ni padres. Nadie. Lo pondrán en la esquina, trocándole sus derechos por caridad institucional. Y no protestará. Tampoco votará, ni le escribirá al Defensor del Pueblo. Sólo subsistirá en el censo hasta que algún funcionario notifique su óbito al Registro Civil.

Conviene pues que los potentes y capaces tejamos ya las redes de solidaridad que permitan recobrar la plena ciudadanía a quienes de facto fueron privados de ella por un aciago destino. Galicia, que es pródiga en ejemplos, debe convertirse en un referente de vigorosas organizaciones civiles que hagan respetar los derechos de quienes no pueden hacerlo por sí. Los derechos, no las gracias ni las mercedes, que se vigorizan con el respeto del derecho de quienes nos preceden en el mismo trance, que los demás habremos de afrontar, excepto los jóvenes difuntos. Algunos lo encararán en compañía, no pocos solos. Solos y olvidados, como si nunca hubieran sido.

Peter Pan es un personaje de ficción. Conviene recordarlo. Como Dorian Gray. Nuestras capacidades son efímeras, pero a diferencia de los animales y su selvática ley, la bía que decían los griegos, nosotros hemos sido obsequiados con la díke, la justicia que glosó Hesíodo al escribir la primera fábula de la literatura occidental, y a la par podemos proyectar el futuro desde el presente.

José Manuel Blanco González

Voz para los sin-voz

Sin voz no contamos

Somos unos desvergonzados. Reconozcámoslo. En cualquier 1º izda. vive -¿todavía?-, sola, una señora mayor. La vemos poco. Quiero decir, nos la encontramos poco, y entonces intentamos no verla. Estamos tan ocupados … El spa, el gimnasio, la clase de meditación. No hay tiempo. Qué stresssss. Además mantiene soliloquios y no se asea demasiado. Tiene las piernas hinchadísimas, las canas hirsutas. Es vieja, sin más.

Efectivamente es una vergüenza, pero una clamorosa vergüenza nacional. Millares de ancianos viven solos, o por mejor decir, abandonados, aparcados, olvidados. Del mismo modo que millares de personas con discapacidad cognoscitiva y hasta física. Están ahí, enclaustrados entre cuatro paredes. No se ven, no se oyen, no se sienten. En consecuencia tampoco existen en esta sociedad, donde la forma es el fondo y la imagen la sustancia.

Se marchitan y mueren, pero sólo nos interesamos cuando el hedor alcanza el descansillo o unos grasientos gusanos asoman bajo la puerta. Las persianas están permanentemente bajadas o una ventana perennemente abierta, sea noche o día, verano o invierno. Nadie se ocupa ni preocupa. El hedor remitirá y los gusanos desaparecerán, pero la vergüenza nos ha de perseguir hasta que seamos viejos o discapacitados. Porque todos lo seremos, o al menos para eso vamos al spa y el gimnasio. Shame.

Los sin voz no escriben cartas al director. No llaman a las radios. No salen en TV. No cortan el tráfico. No ejercen sus derechos de reunión y manifestación. No crean plataformas. Por no hacer, ni siquiera suelen votar, algo tan nimio. De manera que, ¿por qué preocuparse? A ningún asesor de campaña se le ocurrirá organizar un encuentro en el que el candidato tenga a sus espaldas a ancianos con Alzheimer, demencia senil o ictus, a personas con parálisis cerebral o autismo, a adultos Down, desaliñados ellos y sin familia que los atienda, a señores con esclerosis o psicopatologías, a tantos y tantos conciudadanos con derechos de papel y sin derechos efectivos. Claro, no dan la imagen, maldita imagen, que los malditos creativos imponen con tiránica vehemencia.

Quienes todavía poseemos voz tenemos el deber cívico de ponerla a su disposición. Gritar que en la interminable lista de presuntas prioridades la primera es la vida, pero la vida con dignidad. Gritárselo a todos y todas. No sólo a las administraciones, que también, sino especialmente a los vecinos en la reunión donde debatimos si cambiamos la lámpara del portal, que está obsoleta.

Somos una comunidad. Esto implica que dependemos los unos de los otros. Incluso quienes sólo están ahí, enclaustrados, desempeñan el alto cometido de recordarnos que nuestra juventud y capacidades son frágiles y efímeras. No le compete en exclusiva a las administraciones enviar periódicamente a un funcionario para interesarse sobre si la señora del 1º izda. sigue viva. Nos atañe a todos. Tal vez así descubramos que ella tiene tres hijos, que los sacó adelante vendiendo chucherías a la puerta de un cine, desde que aquel desgraciado se largó. Que esos hijos no quieren o no pueden atenderla. Tanto da. No somos inquisidores. Nada nos cuesta timbrar y ofrecernos a subirle algo del súper, romper su soledad y avisar si algo no funciona. Nosotros aún conservamos esta cosa maravillosa que es la voz. Simplemente prestándosela descubriremos la fuerza de la auténtica solidaridad comunitaria.

José Manuel Blanco González