Tuesday, April 03, 2007

Felicidad Interior Bruta (FIB)

Felicidad interior bruta (FIB) .
To Mr. Lake, dear friend.

Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. (Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América, 4 de julio de 1776).

1. Que todos los hombres son por naturaleza igualmente libres e independientes, y tienen ciertos derechos inherentes, de los cuales, cuando entran en un estado de sociedad, no pueden ser privados o postergados; en esencia, el gozo de la vida y la libertad, junto a los medios de adquirir y poseer propiedades, y la búsqueda y obtención de la felicidad y la seguridad.” (Declaración de derechos hecha por los representantes del buen pueblo de Virginia, reunidos en convención plena y libre, como derechos que pertenecen a ellos y a su posteridad como base y fundamento de su Gobierno, 12 de junio de 1776).
Por desgracia para nosotros, Thomas Jefferson, inspirador de “la búsqueda de la felicidad” como parte integrante de los derechos fundamentales de todo ciudadano, fue bastante más clarividente que los pensadores que le siguieron. Su proclama resulta hoy casi ingenua e infantil. Y no es de extrañar, en vista de los hombres sin escrúpulos que con posterioridad se erigieron en referentes de la acción pública. Hombres que idearon humanoides ideales, inexistentes y antagónicos a los hombres reales, de carne y hueso, con sus grandezas y sus miserias. Cuando dimos superado las tiranías, su lugar fue ocupado en la imprescindible y loable democracia por un ruin pragmatismo contable, que proclama que sólo es importante lo mensurable, lo que se puede contar y medir, comenzando por el dinero.

Sin embargo, la defensa y promoción de los derechos de las personas maltratadas por la naturaleza o el tiempo exige que retomemos la lucha por su felicidad, por cuanto éste es un fin superior y noble, no un medio como los recursos económicos o materiales.

En la evolución de las disciplinas sociales sistematizadas, el derecho precede a la economía en más de veinte siglos. Esto no es algo gratuito. Pese a la obsesión contemporánea por colocar a la economía en la cúspide de la dogmática social, lo cierto es que no se trata más que de una perversión patológica. Obviamente la economía debe funcionar a pleno rendimiento para que los ciudadanos más injustamente tratados por la naturaleza y el tiempo puedan materializar sus derechos, pero como instrumento no puede convertirse en finalidad.

El sentido de la economía no es la propia economía. No puede convertirse en un fetiche dominante que demore sine die la extensión de los derechos, con la excusa de un mañana que nunca llega, y menos para los más damnificados. Por eso, en una comunidad solidaria urge colocar la consecución de la FIBFelicidad Interior Bruta- por delante del PIB –Producto Interior Bruto-, y exigiendo además que la FIB per cápita esté equitativamente repartida.

Antes que los económetras ideasen y supiesen contabilizar el PIB, Jefferson y los padres de la democracia moderna tenían bien claro que la FIB, como dato agregado de la felicidad individual, debía formar parte del núcleo de la propia democracia.

Los cínicos dirán que esto es imposible. Y lo será para los que no quieren iniciar el camino, acomodados en sus convenciones asentadas durante el siglo XX. Pero la evolución de la FIB de las personas que integran una comunidad puede constatarse reflejando simplemente la reducción de la infelicidad de quienes por su enfermedad, limitaciones o exclusión, están a merced de la ley de la selva –la bía-, sin el cobijo y amparo que ofrece la ley humana –el nomos-.

Puede que tardemos un poco en asentar convenciones para definir la felicidad, pero lo que será inmediato -por directamente empírico- es detallar qué reporta infelicidad a los más desfavorecidos. La infelicidad la generan el dolor físico y psíquico, la necesidad de alimento, hogar y cuidados que no se reciben, el aislamiento forzoso, la indiferencia ajena, el menosprecio, ... Desde este enfoque, resulta obvio que la conquista de la felicidad puede ser más real que la contabilización en el PIB de muchos factores sobredimensionados en su valía.

¿Qué aporta más a la felicidad individual y comunitaria, un logopeda para un niño que habla mal o para un anciano operado de las cuerdas vocales o, por el contrario, las subvenciones vía bonificaciones fiscales de que disfruta un piloto de carreras que ingresa más de diez millones de euros anuales? Porque ha de saberse que ni todos los niños o ancianos que lo precisan pueden disfrutar de un logopeda, pero en cambio casi todos los sujetos con ingresos desorbitados pueden camuflar sus retribuciones en sociedades interpuestas, o liquidar sus impuestos a un tipo impositivo menor que el de un profesor o taxista. Paradójicamente, la imagen del afortunado contabiliza en el PIB. Y sobre esto se asienta la seriedad de quienes colocan el PIB por delante de la FIB.

El derecho a la felicidad o, desde la otra vertiente, la obligación de eliminar la infelicidad, no es algo utópico. Porque no lo es que un crío con parálisis cerebral disponga antes de un fisioterapeuta que un deportista profesional subsidiado, o porque se dedique más presupuesto a investigar tratamientos para las enfermedades singulares –también llamadas “raras”- que a subvencionar estudios endogámicos, que sólo sirven para mimar el ego de personas sanísimas y ocupar más espacio en olvidadas estanterías, donde yacen centenares de estudios similares.

Una comunidad solidaria no puede cimentarse sin proclamar y defender el derecho a la felicidad de sus ciudadanos. Pero no de una felicidad manipulada, a lo Aldous Huxley, sino de lo inmediato y concreto, con cosas y actitudes que cuestan bien poco, como el sentirse arropado, respetado, atendido y querido.

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