Tuesday, May 09, 2006

Voz para los sin-voz

Sin voz no contamos

Somos unos desvergonzados. Reconozcámoslo. En cualquier 1º izda. vive -¿todavía?-, sola, una señora mayor. La vemos poco. Quiero decir, nos la encontramos poco, y entonces intentamos no verla. Estamos tan ocupados … El spa, el gimnasio, la clase de meditación. No hay tiempo. Qué stresssss. Además mantiene soliloquios y no se asea demasiado. Tiene las piernas hinchadísimas, las canas hirsutas. Es vieja, sin más.

Efectivamente es una vergüenza, pero una clamorosa vergüenza nacional. Millares de ancianos viven solos, o por mejor decir, abandonados, aparcados, olvidados. Del mismo modo que millares de personas con discapacidad cognoscitiva y hasta física. Están ahí, enclaustrados entre cuatro paredes. No se ven, no se oyen, no se sienten. En consecuencia tampoco existen en esta sociedad, donde la forma es el fondo y la imagen la sustancia.

Se marchitan y mueren, pero sólo nos interesamos cuando el hedor alcanza el descansillo o unos grasientos gusanos asoman bajo la puerta. Las persianas están permanentemente bajadas o una ventana perennemente abierta, sea noche o día, verano o invierno. Nadie se ocupa ni preocupa. El hedor remitirá y los gusanos desaparecerán, pero la vergüenza nos ha de perseguir hasta que seamos viejos o discapacitados. Porque todos lo seremos, o al menos para eso vamos al spa y el gimnasio. Shame.

Los sin voz no escriben cartas al director. No llaman a las radios. No salen en TV. No cortan el tráfico. No ejercen sus derechos de reunión y manifestación. No crean plataformas. Por no hacer, ni siquiera suelen votar, algo tan nimio. De manera que, ¿por qué preocuparse? A ningún asesor de campaña se le ocurrirá organizar un encuentro en el que el candidato tenga a sus espaldas a ancianos con Alzheimer, demencia senil o ictus, a personas con parálisis cerebral o autismo, a adultos Down, desaliñados ellos y sin familia que los atienda, a señores con esclerosis o psicopatologías, a tantos y tantos conciudadanos con derechos de papel y sin derechos efectivos. Claro, no dan la imagen, maldita imagen, que los malditos creativos imponen con tiránica vehemencia.

Quienes todavía poseemos voz tenemos el deber cívico de ponerla a su disposición. Gritar que en la interminable lista de presuntas prioridades la primera es la vida, pero la vida con dignidad. Gritárselo a todos y todas. No sólo a las administraciones, que también, sino especialmente a los vecinos en la reunión donde debatimos si cambiamos la lámpara del portal, que está obsoleta.

Somos una comunidad. Esto implica que dependemos los unos de los otros. Incluso quienes sólo están ahí, enclaustrados, desempeñan el alto cometido de recordarnos que nuestra juventud y capacidades son frágiles y efímeras. No le compete en exclusiva a las administraciones enviar periódicamente a un funcionario para interesarse sobre si la señora del 1º izda. sigue viva. Nos atañe a todos. Tal vez así descubramos que ella tiene tres hijos, que los sacó adelante vendiendo chucherías a la puerta de un cine, desde que aquel desgraciado se largó. Que esos hijos no quieren o no pueden atenderla. Tanto da. No somos inquisidores. Nada nos cuesta timbrar y ofrecernos a subirle algo del súper, romper su soledad y avisar si algo no funciona. Nosotros aún conservamos esta cosa maravillosa que es la voz. Simplemente prestándosela descubriremos la fuerza de la auténtica solidaridad comunitaria.

José Manuel Blanco González

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